El cuerpo de las palabras- Ensayo. Trabajo Final
"Le langage est une peau: je frotte mon langage contre l'autre. C'est comme si j'avais des mots en guise de doigts, ou des doigts au bout de mes mots. Mon langage tremble de désir."
“A linguagem é uma pele: esfrego minha linguagem no outro. É como se eu tivesse palavras em vez de dedos, ou dedos na ponta das palavras. Minha linguagem treme de desejo.”
“Language is a skin: I rub my language against the other. It is as if I had words instead of fingers, or fingers at the tip of my words. My language trembles with desire.”
"El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo.”
Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”
Las palabras tienen algo mágico, dibujan y atraviesan los objetos, los crean al darles nombre. Nombrar y crear; es que en algún punto, las cosas existen por el sólo hecho de que podamos darles nombre, y si es así, es la lengua la que traza las fronteras de nuestro mundo, es la que dibuja el límite dentro del cual se desenvuelve nuestra experiencia. Nombrar, crear, limitar.
A veces, aprendiendo una lengua extranjera, tenemos la posibilidad de atisbar esto por un momento; encontramos que de golpe una palabra ajena, foránea perfila, inventa, en un mismo movimiento, una sensación, un elemento que hasta ese momento nunca habíamos podido poner en palabras. O al contrario, encontramos que aquello que buscamos capturar con el lenguaje ha quedado por fuera de las fronteras de ese nuevo idioma. ¿De qué manera nos limita y qué puertas abre el internarse en los caminos de una nueva lengua?
Nos inscribimos en un curso de idiomas, imaginando vagamente que allí adquiriremos una destreza instrumental, como quien aprende a sumar o a separar en sílabas, que nos apropiaremos de una herramienta como cualquier otra, nuestra, nuestra, a nuestro servicio. No entendemos, no alcanzamos a imaginar el poder de las palabras, es que quizás es imposible servirse de ellas, nos trascienden, nos atraviesan, nos impregnan de otros mundos y otras tierras y otros ruidos y otras percepciones y otros, otros, otros. ¿Las palabras son nuestras?
Las palabras dibujan, localizan, demarcan, delimitan al mundo pero lo hacen desde una perspectiva, desde una mirada que es local, que es de alguien, de un tiempo, un espacio, cierta gente. Y esa zona, sus climas, sus colores, sus sabores, su paisaje, su música penetran, se infiltran profundamente y de distintas maneras en los sonidos, la cadencia de un idioma. Cada lengua con su ritmo; el portugués, por ejemplo y sus vocales y vocales y ese shhhh, ese chhhh, como de lluvia (olha como a chuva cai e molha a folha aquí na telha, faz um som assim, assim), con su nasalidad africana (feijão, melão, pinhão, mamão), con sus s y z vibrantes, sus erres roncas (como a aranha arranha a rã?).
Pero las palabras no son solamente sonidos, también hay escritura, intrincados dibujos en el papel, jeroglíficos con una lógica que aprendemos a descifrar y así leemos, descubrimos lo palpable y lo impalpable en esos signos a primera vista tan bobos. Y es que en el fondo, lo que hay en el aprendizaje de una lengua es siempre eso: pasar de escuchar un concierto de ruidos, o ver dibujos enmarañados que miramos como quien mira un paisaje o, mejor, un raro insecto, a encontrar sentidos. Aprender un idioma es aprender a desenredar sentidos engarzados en esos dibujos y sonidos, a interpretar esas palabras que le dan sentido a un mundo que nos da sentido.
Pero el sentido emerge desde alguna parte. Una tierra, una cultura que habla y es hablada con palabras. Unas palabras que hablan a través del tamiz de una cultura y una tierra.
A saudade brasileira, por ejemplo, es según un diccionario español-portugués, nostalgia o añoranza, lembrança nostálgica e, ao mesmo tempo, suave, de pessoas ou coisas distantes ou extintas. Pero no, nuestra nostalgia tiene gusto a tango o a tarde de lluvia, nuestra nostalgia es triste y de bandoneón, la saudade brasileira es otra cosa. O samba é pai do prazer, o samba é filho da dor, a saudade se canta, pero con alegría y en esa transformación del dolor en placer (o grande poder transformador) a saudade definitivamente no es nostalgia, sino alguna otra cosa que no hay cómo circunscribir en castellano. Las palabras y los límites.
El inglés, por su parte sufre (o goza) de una fijación por las onomatopeyas, las palabras imitan constantemente sonidos del mundo real y concreto. The phone rings, the cars crash, a knock at the door, a slap in the face, to boo, to crack, to clap, to spank, to bang, to splash, to squeezze, to cough (en el fondo es tan common sense, so English). Por detrás de esto, una forma (otra) de relacionarse con las cosas y en el mundo. Porque cough (caf- caf) y tos, aunque en principio hagan referencia a la misma cosa, no son exactamente lo mismo (¿habrá alguna diferencia entre las toses europeas y las nuestras?).
Pero creo que es en el terreno de las expresiones idiomáticas donde más se hacen presentes estas diferencias culturales, climáticas y hasta alimentarias. Si algo no nos interesa, en inglés diremos it’s not my cup of tea. Um brasileiro, en cambio, afirmará não é minha praia. El português se tiñe de monos, ananás, bananas, mar y playas. Se fala então de embananar; cada macaco no seu galho; descascar o abacaxi; boca de siri; filho de peixe, peixinho é. Inglaterra y su cambiante clima, de lluvia y de niebla generan resonancias muy distintas: rain or shine, to rain cats and dogs, as right as rain, the foggiest idea, to be in a fog, it never rains but it pours, to rain on someone’s parade, to take a rain check, to save something for a rainy day or to feel under the weather.
La esfera de los sentimientos es especialmente interesante. Una canción de amor, traducida de un idioma a otro, ya no es la misma. Y es que las palabras, al hablar de los sentimientos, se ven contaminadas como nunca por imágenes, aromas, experiencias, recuerdos, deseos y suenan especialmente íntimas. Las que nos llegan desde otras tierras traen nuevos ecos, no nos relacionamos con ellas de la misma manera que con su equivalente en castellano, profundamente imbricado en nuestra historia personal. Así ocurre que a veces, las frases de amor en otro idioma parecen más reales o distantes del lugar común, quizás al ser menos familiares, más lejanas. O puede que sea una cuestión fonética, sonora; la forma atraviesa siempre al contenido.
Las palabras y los sentimientos se entremezclan , se confunden (¿hasta dónde un sentimiento es tal antes de ser modelado en el discurso?) y este proceso no deja, no puede dejar de lado una dimensión corporal, orgánica. Entretanto, el lenguaje, como mediador en nuestro contacto con el mundo y con los otros, nos recubre, es una piel, y tiene como ella, implicaciones mucho más íntimas. No olvidemos que el contacto piel a piel, aunque en principio superficial, tiene efectos en lo más profundo de nuestro ser. Las palabras, el cuerpo, las emociones en el fondo no son algo tan distinto.
Aprender un idioma tiene algo de viaje, y es que se hace necesario, imprescindible empezar a mirar el mundo desde otro lugar, poner en juego nuestra subjetividad, nuestra percepción. Para hacer propio lo ajeno a veces no hay mas opción que convertirse en Otro. Disfrazarse por un momento de argentino, de English, brasileiro, aprender a vincularnos con el mundo como si lo fuésemos, es vivir de viaje, entre dos mundos (o tres, o cuatro). Con años de estudio de a poco tomamos conciencia de que el intento de apropiarse de un idioma nunca es completo, se vive intentando. Tratar de captar los sonidos y un determinado ritmo al hablar, adueñarse de nuevos sentidos, de palabras que nacieron para dar cuenta de ciertos objetos en ciertos espacios, que no son nuestros, dejarlos enraizar a fuerza de leer, de escribir. Extrañarnos frente a la distancia (¿as safe as houses? ¿as pretty as a picture?). Y sentir en carne propia que, cuando se trata de distintos idiomas, aún hablar de lo mismo usando equivalencias técnicamente aceptadas por el diccionario, nunca es igual.
domingo, 30 de noviembre de 2008
Ensayo final: Proceso de escritura
“... de a poco me iba dando cuenta de las similitudes que encontraba entre la mirada del viajero y la del traductor. En el diario de Bridges y en los relatos de viajeros que yo sacaba de la biblioteca familiar a la noche, cuando todos dormían, encontraba la misma batalla con las lenguas, la necesidad de manejar la tensión entre la lucidez y la ignorancia del foráneo, la distancia, la comodidad en el extrañamiento. Incluso los atributos de espía: la jactancia del secreto entrevisto, el grado último de la soledad que implica el pasaje permanente entre dos mundos, la codicia que genera el trayecto. En el relato del viajero en tierra extranjera yo encontraba los recursos, los tormentos y los goces del traductor en su viaje a la lengua extranjera”. En cuanto descubrí esta frase de María Sonia Cristoff en la sección de Citas sobre Viaje del Cuadernillo Viaje y Escritura supe que en mi ensayo final quería escribir sobre los idiomas. Terminé de confirmar ese impulso cuando leí las reflexiones de María Negroni al respecto de este tema en “Ir volver/ de un adónde a un adónde”. Desde entonces, me encontré dándole vueltas al asunto en los lugares y momentos más insólitos: en el colectivo, al bañarme, antes de irme a dormir.
Este proceso de escritura es distinto al del primer cuatrimestre. En aquel caso, se trataba de una suerte de diario que daba a cuenta del día a día de mi escritura. Éste, escrito en unas horas, no lo es. Pero tampoco lo podría ser porque remontarme al verdadero inicio de mi interés por la cuestión implica ir bastante atrás en el tiempo.
La elección del tema me es muy cercana porque siento una profunda pasión por las lenguas extranjeras y, desde hace dos años, trabajo dando clases de inglés en escuelas de idiomas. Estudié inglés durante diez años y aprendo portugués hace ya dos años y medio. En mi rutina cotidiana estoy constantemente en contacto con otros idiomas (sobre todo con el inglés), pasando de uno a otro al preparar las clases, corregir composiciones o exámenes o al estar en contacto con mis alumnos.
Específicamente en relación con el inglés, los años de estudio me han permitido tomar conciencia de lo mucho que me falta por saber. Cuando recién se comienza a aprender un idioma, pese a que el conocimiento de uno sea muy limitado, se tiene la sensación de que el proceso tiene algún punto final. Pero al profundizar más y más, nos vamos dando cuenta (y esto ya lo hablé con otros en una situación similar) de que siempre queda mucho por conocer, que siempre hay expresiones idiomáticas, phrasal verbs, o vocabulario en general que se nos escapa; nunca terminamos de aprender una lengua, ni siquiera la materna. Pero al estudiar un idioma extranjero, existe una segunda complicación que tiene que ver con cuestiones culturales: además de la complejidad intrínseca de la gramática o la infinidad de vocabulario, todo esto hace referencia un universo que no es el nuestro. Eso es algo que siento que se hace presente constantemente, tanto desde mi rol de estudiante como de docente. Por eso me pareció más que interesante reflexionar sobre este tema. ¿Cuán implicada esta la cultura de un determinado lugar (y no sólo la cultura, todo aquello que haga referencia a ese territorio en sí) en la lengua que en él se habla y qué incidencias tiene esto para aquel que decide aprenderla?
Constantemente encuentro ejemplos de esto, de la influencia que tienen elementos como los alimentos, el clima, el paisaje en el inglés o el portugués. Siento que en el aprendizaje de un idioma todo esto se pone muy en juego. Y se trata de cuestiones que nos atraviesan muy profundamente en nuestra subjetividad, porque tomar conciencia de ello en el caso de otras lenguas no lleva a reflexionar sobre la nuestra, y la percepción del mundo que ésta genera en nosotros. Estoy convencida de que, siendo seres simbólicos, que se expresan y significan al mundo a través del lenguaje, su estudio nos involucra en muchos sentidos. Por eso, no se puede aprender un idioma como a sumar o a coser; su estudio implica no sólo aprender a articular palabras extranjeras sino a pensar en otra lengua. No es un mero ejercicio de traducción, sino que uno se ve necesariamente obligado a ejercer transformaciones a nivel del pensamiento, o incluso a sentir como alguien que no es. Creo que aquí se origina el verdadero desafío. Y también, lo que me fascina de los idiomas extranjeros: esta posibilidad de ponerse en contacto con otras realidades.
En síntesis, siento que se trata de un tema sobre el que hay mucho por decir y aquí me siento en condiciones de tomar la palabra. Tuve la posibilidad de leer un borrador del ensayo a uno de mis grupos de estudiantes en nuestra última clase del año, así como a la directora del instituto. Y noté que ellos también se identificaban con la problemática, muy presente en el día a día de cualquier persona que estudie o trabaje con idiomas extranjeros.
Como señala Cristoff, la metáfora de este tipo de aprendizaje como un viaje (aún cuando, como me ocurre a mí en el caso del inglés, nunca se haya tenido la posibilidad de pisar sus tierras de origen) me parece muy válida como punto de partida para la reflexión. Personalmente, me siento una viajera incurable, constantemente tratando de aprehender nuevas palabras mientras veo una película, escucho una canción o al leer un libro; y me confieso, no sin vergüenza, adicta al Longman Dictionary of Contemporary English. Todo esto me permite abordar la escritura del ensayo desde el lugar del gusto o, más bien, la pasión que el asunto despierta en mí. Sin duda, el mejor espacio desde el cual empezar a escribir. Pero me enfrento también a la complicación de poner en palabras estos sentimientos o experiencias tan subjetivas que se ponen en juego, basados en pensamientos aislados que se me ocurren de vez en cuando, aquí o allá. Se trata del difícil proceso de articular estas emociones e ideas sueltas en un todo coherente.
Buscando citas en inglés con respecto al lenguaje, que me sirvieran como ayuda o disparador, encontré la de Barthes que aparece en mi ensayo. Y me gustó muchísimo, porque esa idea del lenguaje como piel retrata claramente la imagen que intento proponer. El lenguaje como mediador en nuestro contacto con el mundo y con otras personas, a un nivel superficial como es el de la piel, pero con repercusiones mucho más íntimas (nadie puede negar que el contacto piel a piel, pese a ser en principio superficial, tiene efectos en lo más profundo de nuestro ser). Y buscando traducciones de esa misma cita en distintos idiomas, me encontré también con que me gustaba más cómo sonaba en algunos que en otros, no la sentía exactamente igual. Por eso, finalmente decidí incluir varias versiones, que en parte ilustran la idea final del ensayo, esa de que decir lo mismo en distintas lenguas es siempre diferente.
Estas son algunas de las impresiones y experiencias que, de alguna manera, traté de hacer emerger en el ensayo. Creo que el tema brinda amplio espacio para la reflexión y la intención, en este espacio, es simplemente la de aportar a la discusión proponiendo algunas ideas e interrogantes al respecto.
Este proceso de escritura es distinto al del primer cuatrimestre. En aquel caso, se trataba de una suerte de diario que daba a cuenta del día a día de mi escritura. Éste, escrito en unas horas, no lo es. Pero tampoco lo podría ser porque remontarme al verdadero inicio de mi interés por la cuestión implica ir bastante atrás en el tiempo.
La elección del tema me es muy cercana porque siento una profunda pasión por las lenguas extranjeras y, desde hace dos años, trabajo dando clases de inglés en escuelas de idiomas. Estudié inglés durante diez años y aprendo portugués hace ya dos años y medio. En mi rutina cotidiana estoy constantemente en contacto con otros idiomas (sobre todo con el inglés), pasando de uno a otro al preparar las clases, corregir composiciones o exámenes o al estar en contacto con mis alumnos.
Específicamente en relación con el inglés, los años de estudio me han permitido tomar conciencia de lo mucho que me falta por saber. Cuando recién se comienza a aprender un idioma, pese a que el conocimiento de uno sea muy limitado, se tiene la sensación de que el proceso tiene algún punto final. Pero al profundizar más y más, nos vamos dando cuenta (y esto ya lo hablé con otros en una situación similar) de que siempre queda mucho por conocer, que siempre hay expresiones idiomáticas, phrasal verbs, o vocabulario en general que se nos escapa; nunca terminamos de aprender una lengua, ni siquiera la materna. Pero al estudiar un idioma extranjero, existe una segunda complicación que tiene que ver con cuestiones culturales: además de la complejidad intrínseca de la gramática o la infinidad de vocabulario, todo esto hace referencia un universo que no es el nuestro. Eso es algo que siento que se hace presente constantemente, tanto desde mi rol de estudiante como de docente. Por eso me pareció más que interesante reflexionar sobre este tema. ¿Cuán implicada esta la cultura de un determinado lugar (y no sólo la cultura, todo aquello que haga referencia a ese territorio en sí) en la lengua que en él se habla y qué incidencias tiene esto para aquel que decide aprenderla?
Constantemente encuentro ejemplos de esto, de la influencia que tienen elementos como los alimentos, el clima, el paisaje en el inglés o el portugués. Siento que en el aprendizaje de un idioma todo esto se pone muy en juego. Y se trata de cuestiones que nos atraviesan muy profundamente en nuestra subjetividad, porque tomar conciencia de ello en el caso de otras lenguas no lleva a reflexionar sobre la nuestra, y la percepción del mundo que ésta genera en nosotros. Estoy convencida de que, siendo seres simbólicos, que se expresan y significan al mundo a través del lenguaje, su estudio nos involucra en muchos sentidos. Por eso, no se puede aprender un idioma como a sumar o a coser; su estudio implica no sólo aprender a articular palabras extranjeras sino a pensar en otra lengua. No es un mero ejercicio de traducción, sino que uno se ve necesariamente obligado a ejercer transformaciones a nivel del pensamiento, o incluso a sentir como alguien que no es. Creo que aquí se origina el verdadero desafío. Y también, lo que me fascina de los idiomas extranjeros: esta posibilidad de ponerse en contacto con otras realidades.
En síntesis, siento que se trata de un tema sobre el que hay mucho por decir y aquí me siento en condiciones de tomar la palabra. Tuve la posibilidad de leer un borrador del ensayo a uno de mis grupos de estudiantes en nuestra última clase del año, así como a la directora del instituto. Y noté que ellos también se identificaban con la problemática, muy presente en el día a día de cualquier persona que estudie o trabaje con idiomas extranjeros.
Como señala Cristoff, la metáfora de este tipo de aprendizaje como un viaje (aún cuando, como me ocurre a mí en el caso del inglés, nunca se haya tenido la posibilidad de pisar sus tierras de origen) me parece muy válida como punto de partida para la reflexión. Personalmente, me siento una viajera incurable, constantemente tratando de aprehender nuevas palabras mientras veo una película, escucho una canción o al leer un libro; y me confieso, no sin vergüenza, adicta al Longman Dictionary of Contemporary English. Todo esto me permite abordar la escritura del ensayo desde el lugar del gusto o, más bien, la pasión que el asunto despierta en mí. Sin duda, el mejor espacio desde el cual empezar a escribir. Pero me enfrento también a la complicación de poner en palabras estos sentimientos o experiencias tan subjetivas que se ponen en juego, basados en pensamientos aislados que se me ocurren de vez en cuando, aquí o allá. Se trata del difícil proceso de articular estas emociones e ideas sueltas en un todo coherente.
Buscando citas en inglés con respecto al lenguaje, que me sirvieran como ayuda o disparador, encontré la de Barthes que aparece en mi ensayo. Y me gustó muchísimo, porque esa idea del lenguaje como piel retrata claramente la imagen que intento proponer. El lenguaje como mediador en nuestro contacto con el mundo y con otras personas, a un nivel superficial como es el de la piel, pero con repercusiones mucho más íntimas (nadie puede negar que el contacto piel a piel, pese a ser en principio superficial, tiene efectos en lo más profundo de nuestro ser). Y buscando traducciones de esa misma cita en distintos idiomas, me encontré también con que me gustaba más cómo sonaba en algunos que en otros, no la sentía exactamente igual. Por eso, finalmente decidí incluir varias versiones, que en parte ilustran la idea final del ensayo, esa de que decir lo mismo en distintas lenguas es siempre diferente.
Estas son algunas de las impresiones y experiencias que, de alguna manera, traté de hacer emerger en el ensayo. Creo que el tema brinda amplio espacio para la reflexión y la intención, en este espacio, es simplemente la de aportar a la discusión proponiendo algunas ideas e interrogantes al respecto.
martes, 25 de noviembre de 2008
Ensayo del ensayo final.
El ensayo todavía está en proceso. Cualquier recomendación o sugerencia es más que bienvenida.
Título??
“A linguagem é uma pele: esfrego minha linguagem no outro. É como se eu tivesse palavras em vez de dedos, ou dedos na ponta das palavras. Minha linguagem treme de desejo.”
“Language is a skin: I rub my language against the other. It is as if I had words instead of fingers, or fingers at the tip of my words. My language trembles with desire.”
"El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo.”
Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”
Las palabras tienen algo mágico, dibujan y atraviesan los objetos, los crean al darles nombre. Nombrar y crear; es que en algún punto, las cosas existen por el sólo hecho de que podamos darles nombre, y si es así, es la lengua la que traza las fronteras de nuestro mundo, es la que dibuja el límite dentro del cual se desenvuelve nuestra experiencia. Nombrar, crear, limitar.
A veces, aprendiendo una lengua extranjera, tenemos la posibilidad de atisbar esto por un momento; encontramos que de golpe una palabra ajena, foránea dibuja, inventa, en un mismo movimiento, una sensación, un elemento que hasta ese momento nunca habíamos podido poner en palabras. O al contrario, encontramos que aquello que buscamos capturar con el lenguaje ha quedado por fuera de las fronteras de ese nuevo idioma. ¿De qué manera nos limita y qué puertas abre el internarse en los caminos de una nueva lengua?
Nos inscribimos en un curso de idiomas, imaginando vagamente que allí adquiriremos una destreza instrumental, como quien aprende a sumar o a separar en sílabas, que nos apropiaremos de una herramienta como cualquier otra, nuestra, nuestra, a nuestro servicio. No entendemos, no alcanzamos a imaginar el poder de las palabras, es que quizás es imposible servirse de ellas, nos trascienden, nos atraviesan, nos impregnan de otros mundos y otras tierras y otros ruidos y otras percepciones y otros, otros, otros. ¿Las palabras son nuestras?
Las palabras dibujan, localizan, demarcan, delimitan al mundo pero lo hacen desde una perspectiva, desde una mirada que es local, que es de alguien, de un tiempo, un espacio, cierta gente. Y esa tierra, sus climas, sus colores, sus sabores, su paisaje, su música penetran, se infiltran profundamente y de distintas maneras en los sonidos, la cadencia de un idioma. Cada lengua con su ritmo; el portugués, por ejemplo y sus vocales y vocales y ese shhhh, ese chhhh, como de lluvia (olha como a chuva cai e molha a folha aquí na telha, faz um som assim, assim), con su nasalidad africana (feijão, melão, pinhão, mamão), con sus s y z vibrantes, sus erres roncas (como a aranha arranha a rã?).
Pero las palabras no son solamente sonidos, también hay escritura, intrincados dibujos en el papel, jeroglíficos con una lógica que aprendemos a descifrar y así leemos, descubrimos lo palpable y lo impalpable en esos signos a primera vista tan bobos. Y es que en el fondo, lo que hay en el aprendizaje de una lengua es siempre eso: pasar de escuchar un concierto de ruidos, o ver dibujos enmarañados que miramos como quien mira un paisaje o, mejor, un raro insecto, a encontrar sentidos. Aprender un idioma es aprender a desenredar sentidos engarzados en esos dibujos y sonidos, a interpretar esas palabras que le dan sentido a un mundo que nos da sentido.
Pero el sentido emerge desde alguna parte. Una tierra, una cultura que habla y es hablada con palabras. Unas palabras que hablan a través del tamiz de una cultura y una tierra.
A saudade brasileira, por ejemplo, es según un diccionario español-portugués, nostalgia o añoranza, lembrança nostálgica e, ao mesmo tempo, suave, de pessoas ou coisas distantes ou extintas. Pero no, nuestra nostalgia tiene gusto a tango o a tarde de lluvia, nuestra nostalgia es triste y de bandoneón, la saudade brasileira es otra cosa. O samba é pai do prazer, o samba é filho da dor, a saudade se canta, pero con alegría y en esa transformación del dolor en placer (o grande poder transformador) a saudade definitivamente no es nostalgia, sino alguna otra cosa que no hay cómo circunscribir en castellano. Las palabras y los límites.
El inglés, por su parte sufre (o goza) de una fijación por las onomatopeyas, las palabras imitan constantemente sonidos del mundo real y concreto. The phone rings, the cars crash, a knock at the door, a slap in the face, to boo, to crack, to clap, to spank, to bang, to splash, to squeezze, to cough (en el fondo es tan common sense, so English). Por detrás de esto, una forma (otra) de relacionarse con las cosas y en el mundo. Porque
cough (caf- caf) y tos, aunque en principio hagan referencia a la misma cosa, no son exactamente lo mismo (¿habrá alguna diferencia entre las toses europeas y las nuestras?).
Aprender un idioma tiene algo de viaje, y es que se hace necesario, imprescindible empezar a mirar el mundo desde otro lugar, poner en juego nuestra subjetividad, nuestra percepción. Para hacer propio lo ajeno a veces no hay mas opción que convertirse en Otro. Disfrazarse por un momento de argentino, de English, brasileiro, aprender a vincularnos con el mundo como si lo fuésemos, es vivir de viaje, entre dos mundos (o tres, o cuatro). Con años de estudio de a poco tomamos conciencia de que el intento de apropiarse de un idioma nunca es completo, se vive intentando. Tratar de captar los sonidos y cierto ritmo al hablar, adueñarse de nuevos sentidos, de palabras que nacieron para dar cuenta ciertos objetos en ciertos espacios, que no son nuestros, dejarlos enraizar a fuerza de leer, de escribir. Extrañarnos frente a la distancia (¿as safe as houses? ¿as pretty as a picture?). Y sentir en carne propia que aún hablar de lo mismo usando equivalencias técnicamente aceptadas por el diccionario, nunca es lo mismo.
Título??
“A linguagem é uma pele: esfrego minha linguagem no outro. É como se eu tivesse palavras em vez de dedos, ou dedos na ponta das palavras. Minha linguagem treme de desejo.”
“Language is a skin: I rub my language against the other. It is as if I had words instead of fingers, or fingers at the tip of my words. My language trembles with desire.”
"El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo.”
Roland Barthes, “Fragmentos de un discurso amoroso”
Las palabras tienen algo mágico, dibujan y atraviesan los objetos, los crean al darles nombre. Nombrar y crear; es que en algún punto, las cosas existen por el sólo hecho de que podamos darles nombre, y si es así, es la lengua la que traza las fronteras de nuestro mundo, es la que dibuja el límite dentro del cual se desenvuelve nuestra experiencia. Nombrar, crear, limitar.
A veces, aprendiendo una lengua extranjera, tenemos la posibilidad de atisbar esto por un momento; encontramos que de golpe una palabra ajena, foránea dibuja, inventa, en un mismo movimiento, una sensación, un elemento que hasta ese momento nunca habíamos podido poner en palabras. O al contrario, encontramos que aquello que buscamos capturar con el lenguaje ha quedado por fuera de las fronteras de ese nuevo idioma. ¿De qué manera nos limita y qué puertas abre el internarse en los caminos de una nueva lengua?
Nos inscribimos en un curso de idiomas, imaginando vagamente que allí adquiriremos una destreza instrumental, como quien aprende a sumar o a separar en sílabas, que nos apropiaremos de una herramienta como cualquier otra, nuestra, nuestra, a nuestro servicio. No entendemos, no alcanzamos a imaginar el poder de las palabras, es que quizás es imposible servirse de ellas, nos trascienden, nos atraviesan, nos impregnan de otros mundos y otras tierras y otros ruidos y otras percepciones y otros, otros, otros. ¿Las palabras son nuestras?
Las palabras dibujan, localizan, demarcan, delimitan al mundo pero lo hacen desde una perspectiva, desde una mirada que es local, que es de alguien, de un tiempo, un espacio, cierta gente. Y esa tierra, sus climas, sus colores, sus sabores, su paisaje, su música penetran, se infiltran profundamente y de distintas maneras en los sonidos, la cadencia de un idioma. Cada lengua con su ritmo; el portugués, por ejemplo y sus vocales y vocales y ese shhhh, ese chhhh, como de lluvia (olha como a chuva cai e molha a folha aquí na telha, faz um som assim, assim), con su nasalidad africana (feijão, melão, pinhão, mamão), con sus s y z vibrantes, sus erres roncas (como a aranha arranha a rã?).
Pero las palabras no son solamente sonidos, también hay escritura, intrincados dibujos en el papel, jeroglíficos con una lógica que aprendemos a descifrar y así leemos, descubrimos lo palpable y lo impalpable en esos signos a primera vista tan bobos. Y es que en el fondo, lo que hay en el aprendizaje de una lengua es siempre eso: pasar de escuchar un concierto de ruidos, o ver dibujos enmarañados que miramos como quien mira un paisaje o, mejor, un raro insecto, a encontrar sentidos. Aprender un idioma es aprender a desenredar sentidos engarzados en esos dibujos y sonidos, a interpretar esas palabras que le dan sentido a un mundo que nos da sentido.
Pero el sentido emerge desde alguna parte. Una tierra, una cultura que habla y es hablada con palabras. Unas palabras que hablan a través del tamiz de una cultura y una tierra.
A saudade brasileira, por ejemplo, es según un diccionario español-portugués, nostalgia o añoranza, lembrança nostálgica e, ao mesmo tempo, suave, de pessoas ou coisas distantes ou extintas. Pero no, nuestra nostalgia tiene gusto a tango o a tarde de lluvia, nuestra nostalgia es triste y de bandoneón, la saudade brasileira es otra cosa. O samba é pai do prazer, o samba é filho da dor, a saudade se canta, pero con alegría y en esa transformación del dolor en placer (o grande poder transformador) a saudade definitivamente no es nostalgia, sino alguna otra cosa que no hay cómo circunscribir en castellano. Las palabras y los límites.
El inglés, por su parte sufre (o goza) de una fijación por las onomatopeyas, las palabras imitan constantemente sonidos del mundo real y concreto. The phone rings, the cars crash, a knock at the door, a slap in the face, to boo, to crack, to clap, to spank, to bang, to splash, to squeezze, to cough (en el fondo es tan common sense, so English). Por detrás de esto, una forma (otra) de relacionarse con las cosas y en el mundo. Porque
cough (caf- caf) y tos, aunque en principio hagan referencia a la misma cosa, no son exactamente lo mismo (¿habrá alguna diferencia entre las toses europeas y las nuestras?).
Aprender un idioma tiene algo de viaje, y es que se hace necesario, imprescindible empezar a mirar el mundo desde otro lugar, poner en juego nuestra subjetividad, nuestra percepción. Para hacer propio lo ajeno a veces no hay mas opción que convertirse en Otro. Disfrazarse por un momento de argentino, de English, brasileiro, aprender a vincularnos con el mundo como si lo fuésemos, es vivir de viaje, entre dos mundos (o tres, o cuatro). Con años de estudio de a poco tomamos conciencia de que el intento de apropiarse de un idioma nunca es completo, se vive intentando. Tratar de captar los sonidos y cierto ritmo al hablar, adueñarse de nuevos sentidos, de palabras que nacieron para dar cuenta ciertos objetos en ciertos espacios, que no son nuestros, dejarlos enraizar a fuerza de leer, de escribir. Extrañarnos frente a la distancia (¿as safe as houses? ¿as pretty as a picture?). Y sentir en carne propia que aún hablar de lo mismo usando equivalencias técnicamente aceptadas por el diccionario, nunca es lo mismo.
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