“... de a poco me iba dando cuenta de las similitudes que encontraba entre la mirada del viajero y la del traductor. En el diario de Bridges y en los relatos de viajeros que yo sacaba de la biblioteca familiar a la noche, cuando todos dormían, encontraba la misma batalla con las lenguas, la necesidad de manejar la tensión entre la lucidez y la ignorancia del foráneo, la distancia, la comodidad en el extrañamiento. Incluso los atributos de espía: la jactancia del secreto entrevisto, el grado último de la soledad que implica el pasaje permanente entre dos mundos, la codicia que genera el trayecto. En el relato del viajero en tierra extranjera yo encontraba los recursos, los tormentos y los goces del traductor en su viaje a la lengua extranjera”. En cuanto descubrí esta frase de María Sonia Cristoff en la sección de Citas sobre Viaje del Cuadernillo Viaje y Escritura supe que en mi ensayo final quería escribir sobre los idiomas. Terminé de confirmar ese impulso cuando leí las reflexiones de María Negroni al respecto de este tema en “Ir volver/ de un adónde a un adónde”. Desde entonces, me encontré dándole vueltas al asunto en los lugares y momentos más insólitos: en el colectivo, al bañarme, antes de irme a dormir.
Este proceso de escritura es distinto al del primer cuatrimestre. En aquel caso, se trataba de una suerte de diario que daba a cuenta del día a día de mi escritura. Éste, escrito en unas horas, no lo es. Pero tampoco lo podría ser porque remontarme al verdadero inicio de mi interés por la cuestión implica ir bastante atrás en el tiempo.
La elección del tema me es muy cercana porque siento una profunda pasión por las lenguas extranjeras y, desde hace dos años, trabajo dando clases de inglés en escuelas de idiomas. Estudié inglés durante diez años y aprendo portugués hace ya dos años y medio. En mi rutina cotidiana estoy constantemente en contacto con otros idiomas (sobre todo con el inglés), pasando de uno a otro al preparar las clases, corregir composiciones o exámenes o al estar en contacto con mis alumnos.
Específicamente en relación con el inglés, los años de estudio me han permitido tomar conciencia de lo mucho que me falta por saber. Cuando recién se comienza a aprender un idioma, pese a que el conocimiento de uno sea muy limitado, se tiene la sensación de que el proceso tiene algún punto final. Pero al profundizar más y más, nos vamos dando cuenta (y esto ya lo hablé con otros en una situación similar) de que siempre queda mucho por conocer, que siempre hay expresiones idiomáticas, phrasal verbs, o vocabulario en general que se nos escapa; nunca terminamos de aprender una lengua, ni siquiera la materna. Pero al estudiar un idioma extranjero, existe una segunda complicación que tiene que ver con cuestiones culturales: además de la complejidad intrínseca de la gramática o la infinidad de vocabulario, todo esto hace referencia un universo que no es el nuestro. Eso es algo que siento que se hace presente constantemente, tanto desde mi rol de estudiante como de docente. Por eso me pareció más que interesante reflexionar sobre este tema. ¿Cuán implicada esta la cultura de un determinado lugar (y no sólo la cultura, todo aquello que haga referencia a ese territorio en sí) en la lengua que en él se habla y qué incidencias tiene esto para aquel que decide aprenderla?
Constantemente encuentro ejemplos de esto, de la influencia que tienen elementos como los alimentos, el clima, el paisaje en el inglés o el portugués. Siento que en el aprendizaje de un idioma todo esto se pone muy en juego. Y se trata de cuestiones que nos atraviesan muy profundamente en nuestra subjetividad, porque tomar conciencia de ello en el caso de otras lenguas no lleva a reflexionar sobre la nuestra, y la percepción del mundo que ésta genera en nosotros. Estoy convencida de que, siendo seres simbólicos, que se expresan y significan al mundo a través del lenguaje, su estudio nos involucra en muchos sentidos. Por eso, no se puede aprender un idioma como a sumar o a coser; su estudio implica no sólo aprender a articular palabras extranjeras sino a pensar en otra lengua. No es un mero ejercicio de traducción, sino que uno se ve necesariamente obligado a ejercer transformaciones a nivel del pensamiento, o incluso a sentir como alguien que no es. Creo que aquí se origina el verdadero desafío. Y también, lo que me fascina de los idiomas extranjeros: esta posibilidad de ponerse en contacto con otras realidades.
En síntesis, siento que se trata de un tema sobre el que hay mucho por decir y aquí me siento en condiciones de tomar la palabra. Tuve la posibilidad de leer un borrador del ensayo a uno de mis grupos de estudiantes en nuestra última clase del año, así como a la directora del instituto. Y noté que ellos también se identificaban con la problemática, muy presente en el día a día de cualquier persona que estudie o trabaje con idiomas extranjeros.
Como señala Cristoff, la metáfora de este tipo de aprendizaje como un viaje (aún cuando, como me ocurre a mí en el caso del inglés, nunca se haya tenido la posibilidad de pisar sus tierras de origen) me parece muy válida como punto de partida para la reflexión. Personalmente, me siento una viajera incurable, constantemente tratando de aprehender nuevas palabras mientras veo una película, escucho una canción o al leer un libro; y me confieso, no sin vergüenza, adicta al Longman Dictionary of Contemporary English. Todo esto me permite abordar la escritura del ensayo desde el lugar del gusto o, más bien, la pasión que el asunto despierta en mí. Sin duda, el mejor espacio desde el cual empezar a escribir. Pero me enfrento también a la complicación de poner en palabras estos sentimientos o experiencias tan subjetivas que se ponen en juego, basados en pensamientos aislados que se me ocurren de vez en cuando, aquí o allá. Se trata del difícil proceso de articular estas emociones e ideas sueltas en un todo coherente.
Buscando citas en inglés con respecto al lenguaje, que me sirvieran como ayuda o disparador, encontré la de Barthes que aparece en mi ensayo. Y me gustó muchísimo, porque esa idea del lenguaje como piel retrata claramente la imagen que intento proponer. El lenguaje como mediador en nuestro contacto con el mundo y con otras personas, a un nivel superficial como es el de la piel, pero con repercusiones mucho más íntimas (nadie puede negar que el contacto piel a piel, pese a ser en principio superficial, tiene efectos en lo más profundo de nuestro ser). Y buscando traducciones de esa misma cita en distintos idiomas, me encontré también con que me gustaba más cómo sonaba en algunos que en otros, no la sentía exactamente igual. Por eso, finalmente decidí incluir varias versiones, que en parte ilustran la idea final del ensayo, esa de que decir lo mismo en distintas lenguas es siempre diferente.
Estas son algunas de las impresiones y experiencias que, de alguna manera, traté de hacer emerger en el ensayo. Creo que el tema brinda amplio espacio para la reflexión y la intención, en este espacio, es simplemente la de aportar a la discusión proponiendo algunas ideas e interrogantes al respecto.
domingo, 30 de noviembre de 2008
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