miércoles, 8 de octubre de 2008

Para los que me preguntaban por el nombre de este blog, acá les dejo un pedacito del capítulo 36 de "Rayuela", de Cortazar, que quizás aclare un poco las cosas.



"Hacía menos frío junto al Sena que en las calles, y Oliveira se subió el cuello de la canadiense y fue a mirar el agua. Como no era de los que se tiran, buscó un puente para meterse debajo y pensar un rato en lo del kibbutz, hacía rato que la idea del kibbutz le rondaba, un kibbutz del deseo. "Curioso que de golpe una frase brote así y no tenga sentido, un kibbutz del deseo, hasta que a la tercera vez empieza a aclararse despacito y de golpe se siente que no era una frase absurda, que por ejemplo una frase como: "La esperanza, esa Palmira gorda' es completamente absurda, un borborigmo sonoro, mientras que el kibbutz del deseo no tiene nada de absurdo, es un resumen eso sí bastante hermético de andar dando vueltas por ahí, de corso en corso. Kibbutz; colonia, settlement, asentamiento, rincón elegido donde alzar la tienda final, donde salir al aire de la noche con la cara lavada por el tiempo, y unirse al mundo, a la Gran Locura, a la Inmensa Burrada, abrirse a la cristalización del deseo, al encuentro. Hojo, Horacio", hanotó Holiveira sentándose en el parapeto debajo del puente, oyendo los ronquidos de los clochards debajo de sus montones de diarios y arpilleras.
Por una vez no le era penoso ceder a la melancolía. Con un nuevo cigarrillo que le daba calor, entre los ronquidos que venían como del fondo de la tierra, consintió en deplorar la distancia insalvable que lo separaba de su kibbutz. Puesto que la esperanza no era más que una Palmira gorda, ninguna razón para hacerse ilusiones. Al contrario, aprovechar la refrigeración nocturna para sentir lúcidamente, con la precisión descarnada del sistema de estrellas sobre su cabeza, que su búsqueda incierta era un fracaso y que a lo mejor en eso precisamente estaba la victoria. Primero por ser digno de él (a sus horas Oliveira tenía un buen concepto de sí mismo como espécimen humano), por ser la búsqueda de un kibbutz desesperadamente lejano, ciudadela sólo alcanzable con armas fabulosas, no con el alma de Occidente, con el espíritu, esas potencias gastadas por su propia mentira como también se había dicho en el Club, esas coartadas del animal hombre metido en un camino irreversible. Kibbutz del deseo, no del alma, no del espíritu. Y aunque deseo fuese también una vaga definición de fuerzas incomprensibles, se lo sentía presente y activo, presente en cada error y también en cada salto adelante, eso era ser hombre, no ya un cuerpo y un alma sino esa totalidad inseparable, ese encuentro incesante con las carencias, con todo lo que le habían robado al poeta, la nostalgia vehemente de un territorio donde la vida pudiera balbucearse desde otras brújulas y otros nombres. Aunque la muerte estuviera en la esquina con su escoba en alto, aunque la esperanza no fuera más que una Palmira gorda. Y un ronquido, y de cuando en cuando un pedo.

Entonces equivocarse ya no importaba tanto como si la búsqueda de su kibbutz se hubiera organizado con mapas de la Sociedad Geográfica, brújulas certificadas auténticas, el Norte al norte, el Oeste al oeste; bastaba, apenas, comprender, vislumbrar fugazmente que al fin y al cabo su kibbutz no era más imposible a esa hora y con ese frío y después de esos días, que si lo hubiera perseguido de acuerdo con la tribu, meritoriamente y sin ganarse el vistoso epíteto de inquisidor, sin que le hubieran dado vuelta la cara de un revés, sin gente llorando y mala conciencia y ganas de tirar todo al diablo y volverse a su libreta de enrolamiento y a un hueco abrigado en cualquier presupuesto espiritual o temporal. Se moriría sin llegar a su kibbutz pero su kibbutz estaba allí, lejos pero estaba y él sabía que estaba porque era hijo de su deseo, era su deseo así como él era su deseo y el mundo o la representación del mundo eran deseo, eran su deseo o el deseo, no importaba demasiado a esa hora. Y entonces podía meter la cara entre las manos, dejando nada más que el espacio para que pasara el cigarrillo y quedarse junto al río, entre los vagabundos, pensando en su kibbutz."
Rayuela, cap. 36

Les recomiendo el capítulo entero (o todavía mejor, todo el libro, claro), que pueden encontrar en www.literaberinto.com/CORTAZAR/rayuela36.htm

4 comentarios:

Lucas dijo...

oh si. un kibbutz. donde desear no sea presindir, donde para elegir no haya que renunciar y donde al tratar de que todo renuncie a ti, consigas volverte parte de la totalosfera que nos rodea. que el ojo a sirius, al espacio liberado y el agujero de Eleusis de fundan en un pasaje, un puente entre dos ventanas, un lapsus de eternidad.

por si acaso deseas charlar.
lucas_aneves@hotmail.com
ciencias politicas - uba
literatura? dejo que neruda responda por mi.

radiotercero.files.wordpress.com/2007/03/algunas_bestias.pdf
cine? escaso....john waters, fritz the cat, space is the place...
danza? el sinuoso movimiento del girasol en el campo, el perpetuo desplazamiento de los astros contra el fondo de estrellas fijas, la lucha de la serpiente y el aguila sobre un cactus.
el arte en general? limite de caracteres insuficiente...

Anónimo dijo...

Acerca del kibbutz... aclárame algo...significaría: ese lugar personal, (abstracto?, en el que nos encontraríamos con nosotros mismos y con los demás, con el ser y la totalidad, con el percibir de emociones...

la silla rota dijo...

Hola amiga, además de que eres muy linda, adornar tu estilo y tu forma de vida con la literatura es grandioso. Recibe un saludo enorme desde México.
Manuel

Humildemente egoísta dijo...

El kibbut era como el fin del libro, como esa mezcla de cosas tan extrañas y sincronizadas en la que nos encontramos, donde pareciera que todo se va al carajo, pero donde todo está tan hermoso al mismo tiempo. Hay como una complicidad, se siento como volver a ser niñe