lunes, 21 de abril de 2008

Salidita al BAFICI

El BAFICI o Festival de Cine Independiente de Buenos Aires se realiza cada año en la ciudad y constituye una excelente oportunidad para conocer un poco más de ese otro cine que se produce en el país y en el mundo, al que en general se tiene muy poco acceso y que es tan distinto del de tipo comercial que se exhibe habitualmente, donde los argumentos y formatos se repiten en forma sistemática. El BAFICI ofrece ciertamente la posibilidad de ver algo distinto y quizás por eso atrae a miles de cinéfilos cada año.

Había escuchado de él y, sin embargo, nunca me había decidido a ir. En primer lugar, la desmesurada oferta de cientos de títulos y horarios me abrumaba y me desorientaba. Pero principalmente, se debe a que en festivales de este tipo suele imperar la dudosa consigna de que todo es arte y en el arte, todo vale. Con ese criterio de guía, pueden encontrarse tanto obras maestras como películas absurdas, aburridas o absolutamente incoherentes, en proporciones similares.

Esta tendencia se acentúa por el hecho de que el cine, en especial el independiente, parece estar de moda y por eso nunca falta un vasto grupo de seguidores dispuestos a ensalzar, glorificar y calificar como la más valiosa joya del cine a cualquier corto o película insufrible, por el sólo de hecho de ser muy extraña. Hay que dejar en claro que, si bien la originalidad es ciertamente un atributo positivo, extraño no es necesariamente sinónimo de bueno. Si bien tengo una mentalidad amplia, y me gustan las innovaciones, entiendo que en el cine no vale todo, y que, aun a la hora de experimentar, hay que atenerse a ciertos límites, aunque sólo sea en deferencia a los espectadores.

Con estas ideas en mente, opté por elegir con cierto cuidado qué película vería para esta reseña. Investigué, leí críticas e hice una lista de posibles opciones. Sin embargo, fue todo en vano porque al llegar a la boletería del cine Hoytz de Abasto descubrí, junto con mis amigas, que las entradas para las películas más interesantes estaban agotadas, y que habría que elegir al azar entre las opciones que restaban. Descartando un documental sobre el polvo, otro sobre la vida de la Tigresa Acuña, y la historia de una mujer francesa que, en busca de su marido que partió a la guerra, se une a un grupo de cantantes de música pop, optamos por “Resfriada”. La reseña no decía demasiado, y aun así, este film argentino prometía ser interesante.

Entramos a la sala un poco tarde, no sé exactamente cuánto, pero la sala estaba a oscuras y la película ya había empezado. Nos arrastramos sigilosamente hasta las primeras butacas que encontramos libres y comenzamos a verla sintiéndonos algo incómodas y perdidas. Más tarde nos enteramos de que, en realidad, aun para quienes estuvieron en la sala desde un comienzo, “Resfriada” comienza como si uno se hubiera perdido el principio. Y termina como si el espectador se hubiera ido del cine antes de tiempo.

Eso no es malo, sin embargo. Esta película no busca más que reflejar un trozo de cotidianeidad: charlas casuales, llamadas telefónicas, una mujer lavándose los pies en el bidet. Y creo que es esa espontaneidad, esa sensación de estar espiando a un vecino lo que nos cautivó. A través de fragmentos de conversaciones, nos enteramos de que la protagonista, Nadia, tuvo una pelea con su pareja, Lucía, que la llevó a irse de la casa en que convivían. Vive temporalmente en el loft de Ernesto, un amigo de su hermano. No se decide todavía a llevarse todas sus pertenencias de su antigua casa, no sabe si se trata de una separación definitiva. Y, mientras tanto, traduce del alemán el libro que su hermano y Ernesto, empleados de una editorial, planean publicar. Esa, y poco más, es la historia. No sabemos el motivo de la disputa, ni cómo se resuelve. Nunca descubriremos si Nadia retorna al departamento que compartía con Lucía. No obstante, tampoco importa demasiado. Los diálogos ingeniosos nos conducen ágilmente a través de la historia, arrancando más de una sonrisa, y “Resfriada”, sin tener un argumento demasiado fuerte, logra exitosamente introducirnos en la intimidad de sus personajes y hacernos pasar un momento agradable.

Termino de escribir estas líneas y descubro que su director, Gonzalo Castro, acaba de ganar el premio a Mejor Director, en el rubro de la Selección Oficial Argentina por plantear “una sutil y sofisticada manera de traducir ideas cinematográficas en una primera película”. Después de la grata sorpresa de “Resfriada”, esperaremos con más expectativas lo que nos ofrecerá el próximo BAFICI, para descubrir una vez más que se puede hacer cine independiente de calidad.

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