Trabajo en base a anagramas. Palabras: Cisneros, maleta, Alicia
Cisneros tiene una atmósfera caótica y bulliciosa, los turistas hormiguean constantemente por todas partes, con sus cámaras fotográficas, sus traveller checks, sus mapas y planos.
Las maletas, los bolsos y mochilas se amontonan en cada rincón, formando elevadas colinas que sufren constantes derrumbes y desmoronamientos, a veces con fatales consecuencias para los visitantes, pero afortunadamente contribuyendo al descenso de la densidad del turismo.
Todo esto ha motivado un desarrollo vertiginoso de la industria hotelera en el lugar, dando lugar a una proliferación de hosterías, posadas y albergues que, con efectividad y calidad de servicio sumamente variables, se avocan a la ardua tarea de alojar de alguna manera al aluvión turístico que se pasea por Cisneros. Simultáneamente, el desarrollo de la industria del crimen ha sido notable y se ha producido en ramas diversas. Fundamentalmente, el robo y el fraude se han extendido a niveles inimaginados.
Pero me dicen que las cosas no han sido siempre así por estos pagos y les creo. No es ésta una gran ciudad, las modernas valijas y cámaras fotográficas de estos turistas extranjeros, de rasgos tan particulares y exóticos, parecen surreales, inverosímiles al deambular por estas calles de tierra. Y cuentan los más ancianos que todo comenzó con la inauguración del aeropuerto.
No se explica cómo fue que el gobierno decidió instalar cosa tal en estas tierras áridas y solitarias, apenas habitadas por un puñado de personas de ojos cansados de perderse en la inmensidad del llano y manos callosas y resignadas. Se especula que se trató de algún error del ingeniero que diseñó los planos, una distracción que lo llevó a trasladar el aeropuerto unos kilómetros hacia un lado o hacia otro.
Lo cierto es que un día empezaron a llegar enormes camiones con obreros, tractores, palas mecánicas y, unos meses mas tarde, el Aeropuerto Internacional abrió sus puertas. Se trataba de un edificio de vanguardia, equipado con la más moderna tecnología y atendido por un inquietante personal de implacable uniforme blanco y sonrisa permanente y enceguecedora.
Los viajeros empezaron a arribar inmediatamente en grandes y escandalosos contingentes, con manos y ojos ansiosos por verlo todo, fotografiarlo todo, comprarlo todo. La mayoría están sólo de paso, por unas horas o días, hasta que un nuevo avión llegue para llevarlos muy lejos, a rumbos distantes, fantásticos e impensables para quien aquí contempla esta aglomeración de casas bajas y despintadas de techos hundidos.
Ya es tarde, cae suavemente la noche sobre Cisneros, extendiendo su negra sábana estrellada sobre los cientos de cabezas que en perpetuo movimiento se deslizan por las calles. Una mujer ya anciana, de tez oscura, se arrodilla junto a una gran montaña de equipaje abandonado que se ha formado en una calle solitaria. Su piel parece áspera y está marcada por arrugas profundas. Al amparo de la oscuridad, sus dedos huesudos y trémulos aferran con fuerza una palanca de metal algo roído por el óxido y se afanan trabajosamente forzando con ella una moderna valija de cuero verdoso. A su lado, se observan otras abiertas. Sus contenidos revueltos y cerrojos violados indican que el instrumento es más efectivo de lo que parece. Muy cerca, asoman de una bolsa de tela estampada algunos de los tesoros encontrados: un paraguas floreado de mango dorado, un frasco de perfume importado con más de la mitad del contenido, una única sandalia dorada con taco aguja. La mujer está muy seria y tan concentrada en su labor que es imposible que note que un hombre alto y macizo se aproxima. Sus rubios cabellos, quizá demasiados cortos, coronan un redondeado rostro, que de tan sonrosado parece expresar una turbación permanente. Sus pasos son lentos y pesados mientras sus pequeños ojos de un azul insípido escudriñan inquisitivamente el montón de valijas. Se iluminan de pronto, al tiempo que una furiosa catarata de palabras en un idioma misterioso aflora de sus labios. Inmediatamente, el hombre se precipita sobre la vieja y le arranca bruscamente la palanca oxidada de las manos, casi con indignación, para descargarla con fuerza sobre su frente. El cuerpo de la anciana cae y se desparrama pesado sobre el suelo, que va lentamente quedando cubierto por un charco, un lago, un mar, un océano tibio y pegajoso.
El hombre de los ojos pequeños le dirige una mirada rápida, distraída para luego entregarse a la tarea de recuperar y distribuir prolijamente el contenido de su negra valija dentro de la misma, sacudiendo enérgicamente el polvo de cada prenda antes de doblarla cuidadosamente. Concluye su tarea, cierra con delicadeza su maleta y se marcha con ella, ya sin la mirada de inquietud enturbiando sus ojos insípidos.
La anciana de la palanca oxidada, en cambio, no tiene otra opción que seguir allí en el suelo. De a ratos, algún turista se aventura por aquella calle, pero no parece verla. Y si más tarde hay otro que repara en su presencia, se limita a dar un vistazo desinteresado y superficial antes de continuar su camino.
Ya amanece en Cisneros cuando una mujer con un niño de la mano se detiene junto al monte de valijas. No está en busca de su equipaje, contempla a aquel cuerpo tendido en el suelo con sorpresa. Mira a su alrededor, suelta al niño, se aproxima, se inclina para observar con más cuidado. Medita por unos segundos el camino a seguir. Decidida, saca algo de su cartera y llama a su hijo:
- ¡Vení, parate acá al lado de la señora que te saco una foto!
2 comentarios:
Nada más digo que me encantó. De nuevo, se nota un estilo, no solamente en cómo está escrito, sino en las cosas que pone en evidencia el texto: tiene algo en común con la entrada anterior; un poco desesperanzado, por ahí es eso.
Y genial el final.
Un beso, Emi
"Para ellos, ese cuerpo caído en la tierra se ha convertido en un elemento más del paisaje del lugar."
Releyendo el texto me parece qu esta linea que te cito arriba, que es del anteultimo párrafo dice demasiado, porque hasta que aparece es justamente la idea que te va dejando el texto, que la anciana se vuelve parte del "paisaje/mercancía turística", como un elemento puesto para diversión de los turistas, y poniendolo de manifiesto es como que el texto pierde poder, si jugas con lo no dicho se vuelve más siniestro, adquiere otra diemensión.
Nada, eso.
Lisandro
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