En este texto, Geertz se preocupa, quizás por primera vez, por reflexionar acerca del papel de la escritura en la antropología.
Para entender la importancia de la escritura en esta discplina, es interesante retomar un texto de Danforth con el que Geertz ejemplifica sus reflexiones. Danforth manifiesta una gran preocupación por el obstáculo que representa la brecha que existe entre el nosotros y los otros, planteando que ella dificulta tener un verdadero encuentro con el Otro y construir una antropología humanista. Frente a esto, cuenta cómo logró disminuir enormemente esta brecha durante el estudio de rituales funerarios en Grecia, cuando cayó en la cuenta de que la muerte era una problemática que afectaba a todos los hombres y logró dejar de ver a los rituales como exóticos para entenderlos como alternativas a las experiencias de la muerte que él conocía personalmente.
Geertz sugiere que la habilidad de los antropólogos para que se tome en serio aquello que dicen no depende tanto de la información que aporten en sus textos, sino sobre todo de que sean capaces de convencernos de que realmente han podido penetrar otra forma de vida. Es decir, su nivel de persuasión está directamente relacionado con la forma en que encaran la escritura.
La información que ofrecen los textos etnográficos es, en general, incontrastable. La presencia del autor en un texto antropológico es fundamental, ya que el antropólogo debe convencer al lector de que verdaderamente ha estado allí y de que si el lector hubiera estado en ese mismo lugar, hubiera visto, sentido y concluido lo mismo que él. Por eso, toma mucha importancia la presencia palpable del autor en cada página. Esta presencia es muy clara en el texto de Danforth, al relatar las reflexiones y el profundo involucramiento subjetivo que implicó el hecho de presenciar los rituales funerarios griegos.
Debido a la importancia que asume el autor en esta disciplina, la antropología se acerca a los discursos literarios. Es cierto que se construyen textos científicos, pero esto se hace a partir de experiencias biográficas, donde el antropólogo se involucra profundamente y entran en juego elementos como la intuición o la empatía. Por ello, se vuelve necesario encontrar un equilibrio entre estos dos aspectos, para no caer en la insensibilidad, en el impresionismo o el etnocentrismo, ofreciendo a la vez una visión íntima y una evaluación fría de la situación.
Barthes plantea la diferencia entre autor y escritor. El autor ejecuta un función, cumple un rol sacerdotal y entiende a la acción de escribir como una praxis, no se preocupa por el por qué sino por el cómo. El escritor, en cambio, desempeña una actividad, se asemeja al clérigo medieval y considera que el lenguaje sostiene una praxis, es un medio, un instrumento de comunicación, un vehículo del pensamiento.
El discurso científico y el literario se inclinan hacia la perspectiva del lenguaje como medio y como praxis, respectivamente. El discurso antropológico tiene elementos de ambos y esta situación genera la incomodidad y la complejidad a la que se enfrenta el etnógrafo como escritor.
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