sábado, 3 de mayo de 2008

Facultad de Ciecias Sociales, UBA. Etnografía.




Entrar a la facultad es introducirse casi por un hueco, ingresar a un galpón, a una fábrica abandonada o una casa tomada. Una sede de la universidad seguro que no es, pensamos, hasta que, tras subir las escaleras, nos encontramos con aulas, pizarrones, tizas y nos vemos obligadas a admitir que sí, que allí algo se enseña, y que si el logo de la Universidad de Buenos Aires no miente, nos encontramos en una de las sedes de la Facultad de Ciencias Sociales. Facultad, pero también galpón, también (ex)fábrica.

Recorriendo los pasillos de la planta baja, nos llama la atención, a nuestra entrada, a la derecha, la Biblioteca. Las paredes que la constituyen son de alambre enrejado, los estudiantes que están allí adentro parecen presos de sus saberes o animales de zoológico en exhibición. ¿Qué arquitecto habrá decidido instalar esa reja y con qué finalidad?. Sentimos, nuevamente, porque ese sentimiento nunca se va del todo, que aquí no puede funcionar una universidad.

Subimos por el laberinto de escaleras, exploramos los pasillos. Encontramos aulas de todos los formatos, de todo tipo de tamaños, algunas casi claustrofóbicas, muchas sin ventanas, otras apenas con tragaluces a la altura del techo (¿para evitar que los prisioneros de la biblioteca escapen?). Es un edificio oscuro, las fuentes de luz natural son casi nulas: escasean las ventanas y es imposible ver tras los vidrios de las pocas que hay.

Pero lo más llamativo es el exceso de discursividad que inunda y desborda paredes, techos y hasta el piso. La facultad está tapizada de carteles, sobre todo de organizaciones estudiantiles, que sostienen consignas distintas, hasta opuestas (“Sí al Observatorio de Medios”, “No al Observatorio de Medios”). Las paredes están pintadas de diferentes colores, delimitando una cuadrícula donde un nombre indica qué organización tiene derecho de desplegar sus pancartas en ese sector. Pero también hay avisos invitando a fiestas (“¡Enfiestate en Sociales!”) y otros más pequeños ofreciendo apoyo para diferentes materias (con Semiótica a la cabeza) o atención psicológica, buscando estudiantes para compartir algún departamento, poniendo a la venta instrumentos musicales, informando sobre actividades extracurriculares (conferencias, horarios del entrenamiento del equipo de hockey, ciclos de cine).

Los carteles empapelan completamente las paredes de los pasillos, rodean a los pizarrones en las aulas, cuelgan de los techos, las barandas de las escaleras, los escritorios de los profesores. Y como el espacio no alcanza, avanzan sobre el suelo (encontramos un carteles publicitando Cursos de Teatro en el descanso de la escalera). No solamente son papeles adheridos, también hay stencils, graffittis, Aún en la era de la informatización, aquí el principal medio de comunicación parece ser la escritura en las paredes, trayendo reminiscencias de pinturas rupestres de épocas prehistóricas. Incluso en el interior de los baños, las puertas funcionan como espacios de intercambio de consejos, informaciones, anuncios. Escritos sobre todo a mano, con lápiz, marcador o birome, encontramos sobre todo consultas sobre sexualidad (“¿La primera vez duele?”), confesiones (“Me re calienta Felipe Pigna, ¿está mal?”), correo sentimental, sugerencias (“Propongo que pongan un tacho para tirar las toallitas higiénicas), comentarios recomendando cátedras y profesores, publicidades de grupos musicales, blogs y fotologs; intercambio de apuntes, mensajes de concientización social (“No consumas vida- VEGANISMO”) y hasta pedidos de justicia (“Justicia por Emma”). A veces, hasta avanzan por sobre los azulejos del baño o se extienden por sus paredes, o pegan cartelitos sobre el espejo. En Sociales, no hay espacios donde no se evidencie una vocación activa por comunicar, por hacer llegar algún mensaje. El efecto de contaminación visual es inevitable, no hay zonas vacías donde descansar la vista.

Una serie de espacios desentonan con el clima general. La librería del primer piso (¡alfombrada y sin carteles!), parece recortada de algún otro edificio y pegada en este lugar por algún bromista. La Sala de Informática (¡con monitores planos!), que nunca antes habíamos visto, o los estudios de radio (¡con aire acondicionado, micrófono, computadora!) también contrastan con la atmósfera del galpón, en donde ver computadoras y tecnología en general resulta muy sorprendente.

¿Qué fauna habita este lugar? Es extremadamente variada. Encontramos profesores, personal de limpieza y de seguridad, vendedores que atienden fotocopiadoras, bares, kioscos y librerías, técnicos de los estudios, personal administrativo. Y estudiantes, muchos estudiantes de comunicación o de política, todos muy diferentes.

En general, no se ve demasiada gente en los pasillos, a menos que estén transitando. En ciertos horarios, se ven desbordados por estudiantes que ingresan o que tratan de salir, pero, quizás por la falta de comodidad, el pasillo no suele ser el lugar que eligen para permanecer en sus ratos libres. Los bares, dentro de la facultad y en sus alrededores, parecen ser preferidos, sobre todo a la hora en que recorremos la sede, cerca del mediodía.

Nos dirigimos al que se encuentra en planta baja, “La Barbarie de Sociales”. Está ambientado de un modo muy acorde con el edificio: todos los platos, mesas y sillas son distintos, se aceptan por igual viejos escritorios, mesas rectangulares y redondas, y las sillas son las mismas que se emplean en las aulas. Las mesas suelen ser grandes y es habitual sentarse con desconocidos. Impera un sentimiento de solidaridad y simpatía mutuo, un “al fin y al cabo todos estudiamos acá”, tanto entre los clientes del bar como desde quienes lo atienden, que también son estudiantes. Los precios, sobre todo el del menú del día, son muy bajos y se percibe que en el bar no prevalece el afán de lucro, sino la generación de lazos de solidaridad y de un espacio donde compartir con los demás, más allá de las aulas.

Si bien recorremos la facultad en un día de paro, esta circunstancia apenas se nota, no se ha tratado de un paro con alta convocatoria. Vemos varios profesores dando clases dentro de las aulas y muchos estudiantes circulando.

Estudiar en Sociales no es fácil. Las condiciones edilicias son extremadamente adversas, el edificio dista de ser el lugar ideal para que funcione una facultad, pero, pese a todo, allí se estudia. Son sus habitantes, quienes concurren semana a semana al edificio, los que lo dotan de sentido y transforman esta fábrica abandonada en la Facultad de Ciencias Sociales.

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